Mercerreyas

Huanglongxi

Lunes 4 de Noviembre de 2019

Huanglongxi

Existe, aunque en porciones cada vez más diminutas, una China que, de algún modo, se resiste a morir en aldeas olvidadas. Es innegable que, a treinta kilómetros de una ciudad del tamaño de Chengdu, el influjo de ésta provoca en Huanglongxi una honda huella de artificialidad y consumo para sus voraces habitantes, tan deseosos como yo de un pasado que se difumina. Al albur de sus losetas desniveladas, entonces, es imposible no obviar un decorado sublime pero con tintes de recién pintado. Sin embargo, a poco que te alejes, la magia de aquellas dinastías Qing y Ming se erige sobre brazos de agua como puentes decimonónicos inasequibles al futuro. 


Con más de mil setecientos años de historia, en Huanglongxi se trenzan panorámicas naturales preciosas con historia china palpable en cada fachada, tras cada puerta entreabierta. La época dorada de este reducto hoy bucólico, elemento amplificado aún más por su octogenaria población, se dio en el turbulento periodo de los Tres Reinos, época que ya citaba cuando visite otro soberbio pueblo antiguo como Langzhong, también ubicado en esta provincia de Sichuan. Por entonces éste era un enclave militar y precisamente de aquel tiempo datan las siete calles principales que vertebran su parte vieja y que hoy se muestran impolutas, suavemente reviradas y flanqueadas por soportales de madera añeja. Recorriéndolas de norte a sur, de este a oeste, se observa cómo esta parte vieja se concentra, básicamente, en una isla fluvial unida con tierra firme por preciosos puentes y dinamitada hacia su recuerdo medieval por templos tan austeros como evocadores.

Puede que estos recovecos, civiles o religiosos, sean un pasatiempo para los visitantes de hoy pero, en mi opinión, lo que verdaderamente hace interesante a este lugar son sus panorámicas fluviales. Acaso porque aprendí a amar con locura a esos pueblos de canales cercanos a Shanghai, la visión de Huanglongxi, tan próxima a aquéllos, seduce de un modo arrebatador. Yo no sé qué era de este lugar hace cien, doscientos o trescientos años; pero sí sé qué era de mí hace solo diez, seis o cuatro, caminando por Xiang, Tongli, Nanxun o Zhujiajiao. Y la felicidad impresa de gloria viajera pretérita cuando China era un universo indescifrable, inabarcable por el olvido, me voltea el alma a un estado de energía desconocido. No, ya no puedo cambiarme por aquél ni rehacer la senda ya marchita, disfrutando el planeta, llorando adioses. Es solo que Huanglongxi, en su impostada magnificencia, no me permite olvidarlo. Y es en vano que le prometa, junto a un puente de cinco ojos y dos pagodas, cuánto daría por poder revivirlo.

 
La belleza atemporal de Huanglongxi, por fortuna, no se queda solo plasmada en las retinas de quienes tenemos la fortuna de visitarlo porque es tan célebre que numerosas series y películas de época han sido filmadas entre sus calles. Y además, como esto es China y las situaciones paradójicas se suceden de un modo cotidiano, pues también puedes conseguir que te quiten la cera de los oídos con unas varillas y unas pinzas metálicas. En la calle o bajo un soportal. Con franqueza, desconozco el trasfondo histórico (si es que existe) de esta tradición local, pero puedo asegurar que para los visitantes chinos es casi un deber obligado hacerlo a tenor de las filas formadas frente a los rincones donde se apuestan las mujeres que se dedican a ello. Sí, siempre mujeres, ningún hombre. Debe ser cierto ese dicho antiguo que afirma que para fuerza bruta, el hombre, y para trabajo delicado, la mujer. Yo, por si acaso, prefiero los bastoncillos de algodón, comprados en India, de mi neceser. 


Me apalanco a comer en un puesto regentado por una anciana, que me sirve un contundente bol de fideos en salsa con ternera. Los chinos que me acompañan, una mesa a la izquierda, fuman y pican de entre la docena de platos que han pedido. Me sonríen amistosamente cada vez que levanto la vista del teléfono móvil solo para abrumarme con su mirada fija en mí, dada la extrañeza que les provoca mi dificultad con los palillos. Pero acto seguido no dudan en invitarme a un trago de vino local. Huanglongxi, por increíble que parezca dada su innegable vertiente comercial, aún guarda escenas entrañables para este “laowai”. Con el último brindis, asimismo, supongo que es imposible no rememorar a Sommens y aquel hogar de etnia Miao, en Guizhou, donde el licor corrió acelerado hasta bien entrada la noche. Si solo pudiera volver atrás por un instante…

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias