Mercerreyas

Kyoto (VII): Veintiún gramos u hojas de arce

Martes 26 de Noviembre de 2019

Kyoto (VII): Veintiún gramos u hojas de arce

La hoja de arce, muerta, adquiere una tonalidad pálida. Se enrosca sobre sí misma buscando un mínimo aliento que la permite rejuvenecer, y, en Japón, cae flotando sobre un manto de musgo mullido o el cauce de agua más transparente que puedas imaginar. Lo hace en silencio, querenciosa de su destino. Y es en esa tan melancólica como digna despedida donde uno halla su propia identidad.

 
Yo, madre, desconozco cuánta pesaba tu alma en aquella última expiración, la cabeza entre mis manos, en el suelo de una calle de Cuenca. Ni siquiera si sumada a la lágrima que corría por tu mejilla alcanzaría a tanto peso. Pero sí sé del tesón que mostraste en vida, tanto como para revelarse tu espíritu tras cada hoja de arce, millones de ellas en la zona de Nanzen-ji. Son tu vivo ejemplo, una vida de pundonor e ilusión hasta la extenuación. Adorables. Admirables. Incluso muertas siguen invocando la belleza de esta efímera vida.

 
Es en Daineiken, otro espectacular ejemplo de jardín Chisenkansho, donde se empieza a vislumbrar el sortilegio que se amontona por las veredas. Un triple tori sintoísta, una cascada y un estanque reflejan toda la belleza suspendida en el tiempo, esa que ni la muerte se atreve a arrancar. Y, si acaso lo hace, es en vano su anatema porque, en el momento justo, la vida volverá a resurgir para envolver un bucle infinito de felicidad.

 
Después, en Konchi-in, el musgo ilumina el corazón por su efecto fosforescente junto a un precioso jardín de grava donde es bien sencillo identificar las rocas que hacen de tortuga y el pino altanero que representa a la grulla. Creado en el siglo XV por el Shogun Yoshimochi Ashikaga, tanto el jardín como su salón de té son los elementos que lo identifican en el imaginario colectivo nipón, incluso por encima del precioso santuario Tashogu, ubicado en la parte trasera del complejo. Es una absoluta delicia contemplar el conjunto natural nada más obligarme a contener las exclamaciones de admiración ante las fusumas doradas. Tiene algo especial este lugar. Incluso por encima de la soledad que me acompaña (en toda la visita solo he coincido con tres personas), sin necesidad de entender la simbología que encierra el jardín, el tiempo se esfuma acelerado si uno es capaz de dejar la mente en blanco. Pero pronto regresa tu recuerdo, madre, acaso la permanente sensación de tristeza por no haberte podido enseñar este Kyoto otoñal, y, de algún modo incomprensible, vuelvo a necesitar descubrirte tras veintiún gramos de hojas marchitas de arce.

 
Entonces ya sé a dónde ir, conozco de sobra el camino que muere en Tenjuan, un templo verdaderamente increíble donde el panorama se disfruta el doble por poseer dos jardines, uno de grava y otro húmedo, y por estar, este último, elevado al cuadrado: frente a ti, en arces majestuosos, o a tus pies, en un estanque sobre cuyo reflejo de nitidez pasmosa baila, a cámara lenta, un puñado de carpas. Tenjuan está considerado uno de los templos históricos más notables del conjunto que se enumera en Nanzen-ji, y pese a que el acceso a su salón principal esté vetado, basta un paseo por sus jardines para caer perdidamente enamorado de él bajo su impactante belleza visual. Si el jardín de grava aporta armonía, el trasero es pura filigrana natural. Recogido en torno a un estanque doble, es un ejemplo evidente del tipo de paisajismo que imperaba en el siglo XIV, cuando fue creado. La principal característica de este estilo radica en la unión de dos pequeñas penínsulas, enfrentadas, que generan la división de las aguas en dos lagunas asimétricas y completamente distintas en su configuración. Si la primera es casi tenebrosa, la segunda es luz pura. Justo esa dualidad contradictoria, una suerte de efecto ying-yang, es lo que se pretende crear. Y el resultado, evidentemente, es descomunal de hermoso.

 
Unos metros más hacia el norte, adyacente al acueducto relativamente moderno que se halla junto al edificio principal de Nanzen-ji, se esconde Nanzen-in. “Qué maravilla de lugar, por el amor de Dios”, es lo único que atino a balbucear cuando franqueo la puerta y me doy de bruces con un decorado de cuento de hadas. Los colores se funden antes de crear diminutas teselas que abarcan un ángulo de visión de ciento ochenta grados. No hay ni un diminuto recodo por donde se filtre lo algodonado del cielo, es todo confeti colorido que la ligera brisa sacude en tímidas ondas. Breve como ningún otro jardín, bastaría un minuto para bordear su estanque, pero por mor de lo delicado de su paisaje, lo normal es perder allí la noción del tiempo. ¿Qué hora es ya?, me digo en un susurro, chequeando el reloj. Tengo algo que hacer.

 
Debía volver al santuario principal de Nanzen-ji. En mi anterior visita, con mis hermanos, no supe cogerle el punto; pero un templo de tantísimo peso y fama debe poseer algo que se me escapó. Estaba absolutamente convencido de ello. Ahora sé por qué lo hizo, sencillamente la primavera no era el momento idóneo de visitarlo ya que, como otros muchos, Nanzen-ji pertenece al otoño sin lugar a dudas. Con luz tenue es brillante, con la luz ambarina del ocaso, una vez que las nubes dejan escapar un chorro de haces dorados, todas las hojas se prenden hasta encenderse en llamaradas rojas, verdes y anaranjadas que casi deslumbran por su intensidad. Ninguna hoja se resigna a morir, hinchadas frente a una luz que es alimento para su agonía. Y es ahí, entre antorchas encendidas que resbalan hasta un mar rastrillado de grava, donde deja de importarme si pesaba veintiún gramos, menos o más tu alma, madre. Ni siquiera si una lágrima por tu mejilla cuadraba la ecuación, ni siquiera si ahora las mías, atribulado por tu ausencia ante tan maravilloso escenario, se confunden con las que generan las hojas moribundas del arce en su deseo de una luz crepuscular que, lo sabemos bien, será la última antes de caer en la próxima alborada bajo la suave brisa del noviembre de Kyoto.

El autor

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias