Mercerreyas

Nagoya, universo paralelo

Lunes 18 de Noviembre de 2019

Nagoya, universo paralelo

Tiene su punto nostálgico aterrizar en el aeropuerto Chubu de Nagoya porque recuerda intensamente al Kansai de Osaka. Las pistas de ambos son islas artificiales en medio del mar, y la soledad que abruma mirando en derredor, sin vida, ni montañas, ni rascacielos, una losa que se evapora en cuanto llegas a la terminal y todo es orden y limpieza. Incluso allí los sanitarios, impecables, son del estilo clásico nipón, más con aspecto de instrumental de cabina de avión que de una sencilla taza de váter. Hay cuatro personas para decirte por qué pasillo debes continuar, otras dos para indicarte cuál es el papel de inmigración a rellenar, la cola en el puesto fronterizo es inexistente porque hay decenas de operarios prestos a sellar el pasaporte,… Y a la salida es igual, un tren impoluto, puntual al segundo, una amabilidad excelsa al comprar el billete y una ciudad con tintes futuristas que se distingue en el horizonte.

 
Se echa la noche encima saliendo del aeropuerto, cosa imaginable pese a ser poco más de las cuatro de la tarde porque hemos añadido dos horas al reloj y miles de kilómetros hacia donde nace el sol en latitud y longitud. Y al llegar la estación es, pufff, imposible. Ya no por la cantidad de almas que pululan, sino porque es un híbrido entre dos estaciones de tren, otras dos de metro, otras dos de autobús, rascacielos comerciales y centenares de puestos de comida, ropa, información, agencias de viaje y qué sé yo. Da igual cuánto te menees por el planeta porque en cualquier estación de megalópolis japonesa no dejarás de ser un aldeano descarriado, que arrastra su maleta como quien carga un fardo de centeno. En serio que me ha costado encontrar una de las salidas. Tiraba por la derecha, más tiendas; por la izquierda, unos tornos de acceso a quién sabe qué; por el centro un conglomerado de restaurantes; hacia atrás no puedo ir, ya no sé desde qué punto venía. Y la gente que te sortea con fintas de todo tipo. Nadie te toca, por mucho que la multitud se multiplique, y menos te presta atención. Eso sí, basta con un hacer un gesto a cualquiera para que se aproxime a ver qué necesito, pese a que la comunicación oral (me refiero en vertical, jajaja) sea tan imposible aquí como en China.

 
Fuera del hotel, al cabo de una hora, hay un tipo trajeado que fuma. Eso creo. Chupa de un artilugio y lanza bocanadas de aire transparente. Lo mismo que un cigarrillo electrónico, pero sin las nubes golosas del humo. En tres minutos saca la colilla consumida, apagada Dios sabe cómo, la echa en el cenicero y cierra una tapita antes de guardarse el chisme en el bolsillo. Alucino. Es un recogedor de humo y ceniza. Lo de esta gente ya es de “cum laude”. Decía Marie Kondo en una de sus obras que el origen del desorden (yo también lo llamo suciedad) no está en la falta de habilidades para evitarlo, sino en el déficit de conciencia e incapacidad de hacer que la limpieza sea algo habitual. Y es cierto. En Japón se aprende a bocajarro que resulta inevitable generar residuos, todos lo hacemos en mayor o menor medida, pero la capacidad de gestionarlos de cada uno de estos individuos es tan impactante como sobresaliente. Cuando desaparece por la esquina aparece de la misma otro tipo de Armani que entra al hotel. Y después sale uno diferente, también trajeado, atufando a desodorante caro. El decoro es una seña de identidad. Y las formas. Dos mujeres se despiden, de pronto, en dicha esquina. Se hacen una genuflexión mutua, luego otra, y una tercera que les hace doblarse como una bisagra. Si me presentan a cualquier miembro de una realeza mundial no soy tan humilde y humillado. Y si son los puteros corruptos y zánganos de España ni pierdo el tiempo en decir hola. En serio que bastan cinco minutos para entender que Japón, en muchos aspectos, es un universo paralelo.

 
Regreso a esa estación demencial porque de sobra sé que debo conocerla bien, porque necesito una tarjeta sim para el teléfono móvil que solo encontraré allí y porque sé que va a ser un entorno que me va a ver regresar más de una vez. En todo el mundo es parecido, pero en Japón estos puntos neurálgicos de transporte tienden a jugar un papel vital si deseas optimizar el tiempo disponible al máximo. Que los trenes son puntuales ya se sabe, que uno debe ir al compás de ellos es la consecuencia. Cinco minutos de aquí hasta allí, diez de la boca de metro a los tornos, un abarrotes allí para desayunar cuando toque ir a Kyoto, una foto a los horarios de buses,… 


Para despertar compro un trago de esa bebida de limón que nos alegraba las noches, cuando vine con mis hermanos hace un par de años, y escribo estas líneas sabiendo que, después del punto final, aún me quedará un buen lío para determinar de qué manera voy a cuadrar los días frente a la cantidad inmensa de lugares de interés que se hallan en Kyoto y alrededores. Mañana el castillo de Nagoya. El resto, ahora, es un futuro que no existe. Logística aparte, nunca lo hizo.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias