Mercerreyas

Songpan, parada y fonda

Jueves 31 de Octubre de 2019

Songpan, parada y fonda

Hay una capa de cinco centímetros de nieve ahí fuera. Está tierna, y eso me da seguridad para poder recorrer el kilómetro que me separa del supuesto bus a Ruoergai. El problema es que se apelmaza en las ruedas de la maleta, y éstas se niegan a girar, así que, en medio de la oscuridad, con un frío que pela, la voy arrastrando como buenamente puedo. 


Al llegar hay dos monjes allí, bajo un soportal. Les distingo en la oscuridad porque uno de ellos enciende su móvil, justo en el momento en que vuelven a chispear los copos. Después se nos suma una anciana encorvada. Sé el género por una trenza escapada del embozo que envuelve su cabeza. Suena un gong esporádico, tañido en un monasterio, y el rumor constante del arroyo es la otra percepción de que el tiempo no se ha detenido, congelado. Me da por pensar que Langmusi, en penumbra, tiene un suave acento mágico por más que tirite como una hoja. Aparece el bus, montamos, y rumbo a Ruoergai.

 
Allí cambio de montura. No se nos ha despegado el manto nevado que cubre las praderas y puntea de caspa el tupido pelaje de los yaks. No lo hará hasta Songpan, al filo de la una de la tarde. Las pirámides de banderolas de oración, los jinetes tibetanos cabalgando yeguas lustrosas, al aire las mangas de sus zamarras, siempre el doble de largas que sus brazos. Una estampa maravillosa que se saborea al calor humano de un bus a reventar.

 
Luego la ciudad, que estaba en proceso de restauración hace ocho años, aparece impoluta. Su parte vieja es una diminuta preciosidad de cuatro calles, que se cortan en perpendicular para hacer un damero, enclaustradas bajo unas murallas y sus correspondientes puertas ornamentales. Deliciosa. La gente local se mezcla con los turistas y yo mastico mi derrota porque, según acabo de saber, Jiuzhaigou está imposible. Primero un tipo, dueño del hotel donde he ido a parar, me dice que he de registrarme antes de ir al Parque Nacional, unirme a un grupo y reservar con varios días de antelación. Después coincido con su hermana, que habla un inglés decente, y me confirma que el precio de registrarme y unirme a un grupo de chinos cuesta ¡cien pavos! (ochocientos yuanes), entrada no incluida.

Es un burdo negocio al nivel de Tíbet. Arrastra tanta fama, merecida porque el lugar es alucinante (o lo era hace ocho años), que se han montado una sableada descomunal sabedores de que la gente lo va a pagar, mucho más después de haber estado casi tres años cerrado tras un devastador terremoto. El asunto es que las extorsiones, al igual que los grupos cerrados, nunca han casado conmigo. Y en plena naturaleza, donde el placer radica en perderte, mucho menos. Lo inquietante no es que esta extorsión ya esté sucediendo aquí, sino que, mucho me temo, se va a generalizar en otros lugares del país. Tienen un excedente de mil trescientos millones de posibles visitantes, que empiezan a mover pasta, y publicitar una restricción de acceso por factores ambientales es una broma chusquera cuando, de primera mano, se comprueba que lo que subyace es una extorsión y un negocio de millones de yuanes. Lo dicho, Tíbet y su ridícula política, que está lucrando a cuatro espabilados, empieza a expandirse por el resto del país.

 
¿Qué queda? Pues, por fortuna, muchísimo más aparte de la belleza de Songpan. Para empezar el Parque Natural Huanglong, a donde voy pasado mañana, que hace ocho años estaba cerrado por nieve acumulada. Visitarlo, quitarme la espina, era la primera razón de llegar hasta aquí. Bueno, eso y Mounigou, otra reserva natural de belleza etérea. Se me ha estropeado el postre, el regreso a Jiuzhaigou, pero queda mucha tela que cortar en los alrededores de este bucólico pueblo con aroma a fortaleza medieval. Y, coño, ya tocaba decelerar un poco el ritmo, tan brutal como placentero (la sonrisa perdurable me delata), que traigo desde aquellas tres primeras velas sagradas en el Bodhgaya de un doce de septiembre.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias