Mercerreyas

El Tajín, cuestión de fe

Dominngo 23 de Febrero de 2020

El Tajín, cuestión de fe


El Tajín, dentro del ingente patrimonio historico mexicano, hace retumbar el corazón desde sus impresionantes pirámides. Y lo hace con la intensidad de esos truenos a que hace referencia su nombre, los que anuncian la lluvia que alimenta de agua a este entorno exuberante que a menudo se encuentra filtrado entre la neblina tropical. Se cree que esta ciudad era la capital del conocido Totonacapán, la unión política de las tres distintas divisiones totonacas en la región: El Tajín, Papantla y Zempoala, esta última ubicada a una veintena de kilómetros al norte de ciudad de Veracruz. Su propio nombre, Totonacapán, significa “Tres Corazones”.

 
Gran parte de las principales culturas mesoamericanas tejieron aquí redes de alianzas e intercambios culturales (el propio rito de los voladores totonacas es importado), y si la influencia arquitectónica teotihuacana es notable, el rasgo distintivo en este tipo de construcción se da en los nichos de sus pirámides o en los adornos de grecas (Xicalcoliuhqui) que asoman por doquier. No en vano, la principal atracción del conjunto es la famosa Pirámide de los Nichos, una estructura bien conservada en la que se observan trescientos sesenta y cinco nichos-hornacina biselados que, se piensa, ejercían una función de adoratorios en los que depositar ofrendas a los dioses.

 
El influjo y poder de El Tajín se vio abruptamente cortado cuando los mexicas (históricamente conocidos como aztecas) irrumpieron en el tablero comercial y bélico de esta región centroamericana para someter bajo su dominio férreo a las distintas culturas del entorno, antes enfrentadas, pero ahora, de súbito, subyugadas por un poder superior. Ésta fue la razón principal por la que los totonacas no dudaron en aliarse con los primeros colonizadores españoles, bajo el mando de Hernán Cortés, en su lucha contra el opresor mexica. Por desgracia, como es sabido, los totonaca se libraron de un yugo para caer en otro venido de allende los mares, pero está perfectamente documentado el papel que ellos jugaron en la caída de la fabulosa Tenochtitlan, capital azteca y cuyos vestigios son hoy visibles en el centro histórico de Ciudad de México.

 
Se da la gran paradoja de que El Tajín estaba en tan franca decadencia cuando llegaron los españoles que ese aspecto, junto a la alianza con sus pobladores totonacas, la salvó de la destrucción para ser paulatinamente deshabitada y tan olvidada que pronto fue presa de la vegetación. A consecuencia de ello, no sería hasta finales del siglo XVIII cuando fue redescubierta accidentalmente por un funcionario español mientras buscaba plantaciones ilegales de tabaco. El hecho de que ningún indígena hubiera dado el más mínimo detalle sobre ella hace creer que la gente local la mantenía oculta a propósito.

 
Por encima de datos históricos y belleza atemporal, alcanzar El Tajín, al igual que sucede con Tlacotalpan, es más una cuestión de fe que otra cosa dada su remota localización y la turbulenta situación social del estado de Veracruz, muy castigado por la delincuencia común y la asociada al Cártel del Golfo. Engancho un taxi compartido para llegar a las ruinas, a apenas diez kilómetros de Papantla, disfruto horrores con el espectáculo de caminar entre sus mastodónticas pirámides, charlo un rato con Alain, un joven de Bilbao con quien comparto muchas preferencias por este tipo de reductos históricos (el jueves tomaré unas cervezas con él en la capital, donde trabaja) y deshago el camino hasta Papantla para abordar el bus a Pachuca, ya muy cerca de un Mineral del Monte, en el relajado estado de Hidalgo, al que arribo con el ocaso del sol.

 
Lo primero aquí es pasarlas putas en sus empinadas cuestas porque respirar cuesta horrores a sus dos mil setecientos metros de altura; lo segundo, sin embargo, es alucinar con su belleza. Esto sí es un Pueblo Mágico y no la burda secuencia de casas desparramadas y ocres de Papantla. Me aparco en un restaurante-bar y, si cabe, el embeleso sube aún más de nivel. El México de siempre, con su decoración luminosa y alegre, sus tragos infinitos junto a rocolas de época y, por supuesto, su gastronomía hecha milagro al alcance de la vista, del oído, del tacto, del paladar. Venía buscando exactamente esto, y creo que las dos noches de hotel (habitación de capricho con suelos de madera, paredes coloridas y ese indescifrable pero hipnótico sabor a comodidad y calidez) que traía reservadas se me van a quedar cortas.


El Tajin.Mexico

El Autor

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias