Mercerreyas

Mineral del Monte o michelada a tutiplén

Lunes 24 de Febrero de 2020

Empedese compadre!!

Mineral del Monte o michelada a tutiplén

Podría hablar del amanecer de hoy junto a la cuneta de una carretera o, con justicia, bostezando en el alféizar de una ventana de habitación caprichosa que regala panorámicas a minas extenuadas apenas se despereza el sol. Tan cerca como para escuchar latidos acelerados por su polvo acumulado pero lo suficientemente lejos como para no ser añoradas ni por asomo. Es parte del encanto del exhausto estado de Hidalgo. La herencia minera, dentro del ingente patrimonio histórico mexicano, también resuena a esa psicosis multicultural, incomprendida. Gran parte de las culturas prehispánicas tejieron alianzas e intercambio culturales; los ingleses y sus minas, por el contrario, aportaron una solemne y ortodoxa capa de polvo argento que mi alma repta con suficiencia, resbalando sobre ella tan fácil como lo hacen en mi memoria heterodoxos reductos zapotecas, totonacas, mayas o teotihuacanos.

 
La histórica localidad de Mineral (también llamada Real) del Monte recuerda levemente a las viejas historias de plata, mina y silicosis aprendidas a lo largo de la ruta platera desde Querétaro hasta Zacatecas. Lo hace sin túneles tenebrosos o la limpia hilera de dientes que, en la penumbra, se distingue junto a un rostro infantil, poco más que neonato, de sudor y muerte en ciernes. Lo hace, más bien, desde un decorado de cartón-piedra que siempre nos pone cachondos a los viajeros pijos, un poco trastornados tras tanto México chingón, violento y amenazante en esquinas de Puebla o Veracruz.

 
Las casas lucen preciosas, radiantes en su colorido y desparramadas bajo un océano de tejados de chapa cobriza que, a diferencia de la teja, absorben con mayor celo un necesario calor diurno que, de noche, amenaza con sucumbir al frío serrano de casi tres mil metros de altitud sobre el nivel del mar. Lo hacen, básicamente, con un sonoro eco inglés tras su pendiente exagerada y ventanas reticuladas. De veras que, por instantes, recuerda a la cingalesa Nuwara Eliya. Ellos, los mineros ingleses, imprimieron su indeleble sello en este apartado rincón sobre la cresta de la Sierra Madre Oriental; y ellos, asimismo, trajeron a México su sudor bajo tierra o, herencia más tangible, un incipiente fútbol que aquí vio nacer a su primer club. Era tal la opulencia que, a principios del siglo XX, hasta ciento cuarenta minas funcionaban a piñón en los alrededores de Mineral del Monte, extrayendo tanta plata de las entrañas de la tierra como para formar, en su conjunto, el principal filón platero a nivel mundial.

 
No solo a mina evoca el lugar, también a dulces. Las “pastes” eran empanadas típicas inglesas rellenas de patata y carne. No obstante, en nuestros días la imaginación ha echado a volar y las encuentras de todo tipo y condición, incluso dulces. Aquéllas y éstas, en todo caso, forman parte de esa otra mitad de locales comerciales (los que no son platerías) que conforman el sobresaliente casco histórico de Mineral del Monte.

 
Solo hay un problema. Si lo pateas a las siete de la mañana (jodido jet-lag), cuando se despereza el pueblo y aún huele a pastelería, chilaquiles y ligeramente quebrantado vacío humano, el lugar es memorable; pero a eso del mediodía se jodió la historia porque el domingo arrastra multitudes subidas desde la capital estatal, Pachuca, o incluso desde una capitalina Ciudad de México no tan distante como para impedir una escapada de día. Hora de enjuagar penas y recordar que la magia de lugares como Tlacotalpan no radica exclusivamente en su idiosincrasia ajena al bullicio y artificialidad, sino en que constantemente, desde Australia hasta Alaska vía occidente, los humanos anhelos comerciales que parasitan Mineral de Montes, insufribles por exagerado deseo de riqueza a cualquier precio, elevan a aquella mayúscula indiferencia tlacotalpeña hacia ti, si cabe, a un escalafón todavía más admirable.

 
Entonces, dado que la cabra tira al monte, apago la cámara y dudo, de súbito, si debería contar los próximos tragos. Las cervezas cosen con saña la cicatriz supurante que me refleja en el cristal ahumado de mi olvido. De los (mediocres) brebajes locales, un amago llamado “La Vizcaína” que aporta cerveza artesanal aguada; del garito de puertas abatibles, estilo lejano oeste y llamado “La penultimita”, otro tanto. Pero aquí falta algo que espolee, resumo a la primera hora de la tarde. En la puerta colindante, sabrosa, me encargo una “bola” (copa de medio litro) de cerveza michelada. Receta de la casa. Amarga el típico sal y lima exprimida de la chelada corriente, pero se suma el tabasco picante a rabiar, un jugo desconocido (que le da consistencia al brebaje, me confiesa el camarero en voz baja, temeroso de airear su pócima) y el inevitable clamato, sincopado jugo de tomate con aroma de camarón que detona el disparo a la sinrazón. Ahora sí. Ahora México corre mis venas. Y, entusiasmado, ensoñador, me dejo llevar…

 
Ensoñando lo bonito que es ir dejando puertos en los que fondear aquí y allá, uno detrás de otro, patria en los zapatos, aunque ya nunca jamás los pueda imaginar hirviendo en el cristalino de sus ojos y, otra noche más, me embestirá la locura recordando su miel derramada por la comisura de mis labios.

 
Ensoñando un purgatorio de innecesarios puntos suspensivos, sostenido en el filo de mi lengua. Déjame chuparte, ¿recuerdas? Fustiga, inmisericorde, cuando me pilla el sol agazapado bajo esa bola (copa) de cerveza michelada, huidizo de mí. O cuando el México de ayer se me borra de un brochazo, y confieso que será mucho mejor que no me olvide de aquel delirio peruano desde Cuzco hasta Trujillo un treinta y uno de octubre. De aquella pesadilla de sol y luna, alebrije maldito (deseo que) escupido con saña a un contenedor. Y así, solo así, podré respirar inasequible a la amargura más profunda de propios ojos temblorosos que, los muy hijos de puta, demasiado conocido me tienen de un tiempo a esta parte. Antes buscaba con denuedo estos textos malditos. Ahora, sin embargo, remonto en un parpadeo para subirme a un pedestal hundido en clamato y chile machacado que, bordeando el filo de los labios, amagando la lengua húmeda, se basta para enjuagar lágrima tras recuerdo. Y simplemente dejo que fluya, zurciendo a fuego, sobre carne viva, aquel delicioso salitre desbordado en el mismo vértice prohibido de su anatomía.

El Autor

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias

Ahora sí. Ahora México corre mis venas. Y, entusiasmado, ensoñador, me dejo llevar… 

David Botas