Mercerreyas

Un Cholula avergonzado

Domingo 16 de Febrero de 2020

Un Cholula avergonzado

Suelo viajar con dos pasaportes. Uno mío, el otro de mi madre. Cuando íbamos de ruta siempre era yo quien los llevaba a buen resguardo. Dada la proverbial habilidad que lucía para perder u olvidar las cosas, sin saber al cabo dónde las dejó, mejor guardarlos juntos en mi bolsillo. Me parece ésta, aunque quizá de algún modo pueril, una manera de recordarla y homenajearla. Y de resultas no suelo contarlo nunca. Es un detalle que brota del corazón más íntimo y ahí debe quedar. Precisamente evito hablar de ello por esa circunstancia de verme asemejado a un niño o, aún peor, a un trastornado incapaz de superar la ausencia de su madre; la muerte o su duelo, elige tú. Creerlo está bien, pero decírmelo y machacarme emocionalmente con ello es, sencillamente, algo que yo jamás haría. En todo caso, si conociera en el futuro a alguien que viaja así, sin duda que le animaría y le haría ver lo hermoso del detalle. Pienso en ello cuando despunta el alba en Puebla, una ciudad magnífica, repleta de casonas señoriales e iglesias coloniales que se visten de una luz radiante en esas horas, tanto que me taladran los iris por la ausencia de sueño. Recién aterrizado, acepto con resignación que tocará jet-lag las próximas alboradas.

 
Pues sucede que yo no debería arrancar este texto con esas cosas, pero pude ver en el vuelo desde Madrid una película titulada “Come, reza, ama”. No sé si es buena o mala, pero sí me arrancó un puñado de lágrimas al verme reflejado en la protagonista demasiadas veces. Y sale India, y sale Bali. Y salgo yo azorado, carcomido por la imposibilidad de explicar el cuándo, cómo y porqué de mi naturaleza, deseando únicamente ser comprendido, aunque nadie comparta por qué vivo mi vida de esta manera, por qué ni dudo en perder lo obvio tras la confianza plena de que la felicidad no depende de cuánto te dan sino de hasta cuánto eres capaz de pelear por soñar. La película arrastra un halo pijo tan exagerado que, por momentos, si conoces bien ambos destinos, te mueve a la sonrisa inocente por empatía cariñosa que burla el bochorno; pero no dudes por un instante que encierra lecciones severas e incómodas para aquél que palpite con el mundo, inasequible a explicar este planeta donde se vive y muere a cada bocanada, con marchamo de testamento imbricado a su ADN.

 
Y sucede también, cosas del México que no deja de evolucionar, que han inaugurado, hace un par de meses, un tren turístico que enlaza Puebla con Cholula en un santiamén. De turístico no tiene nada, es un tren convencional que, eso sí, te va a permitir ver desfilar por los amplios ventanales esos lugares periféricos donde la basura se arracima en las laderas, las talacherías se multiplican al ritmo de los grafitis y escasos letreros de cerveza Tecate indican dónde se matan las penas en este México, siempre desangrado cuando el decorado turístico queda a la espalda. Es célebre la famosa cita de Porfirio Díaz, antiguo presidente de la república y hombre idolatrado por temido: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Motivos indescifrables me llevan a recordar estas palabras cada vez que carne y hueso de este país hacen mella en mi retina. Tampoco sé si el billete de tren turístico resulta caro o barato para lo que ofrece toda vez que hoy, sin que nadie acertara a darme razones, era gratis. Cosa de promocionar la novedad que representa, quiero creer.

 
Cholula, entonces, es un lugar de interés medio. Es hermoso en sus iglesias, conventos y restos arqueológicos, pero dada su longeva historia, siendo la ciudad habitada más antigua de toda América con sus dos mil quinientos años de vida, puede provocar un ligero deje de decepción. Destaca la gran pirámide de Cholula, hoy cerro, con sus cuatrocientos metros de lado que la convierten en la mayor estructura piramidal del planeta, y coronada por una iglesia, la de Nuestra Señora de los Remedios, que disfruta de una vista privilegiada hacia los volcanes de los alrededores, en especial el Popocatepetl. Abajo, sin embargo, aguardan los restos, apenas excavados, de las distintas civilizaciones que pasaron por el lugar. Visto el privilegiado enclave geográfico del que goza Cholula, tanto las culturas centrales (chichimecas, olmecas y teotihuacanos) como del golfo (totonacas) dejaron su huella indeleble en unas ruinas poco inspiradoras, cierto es, pero enormemente reveladoras.

 
En el zócalo regresa la huella española más clásica, flanqueado por una sucesión de callejas en damero y con iglesias magníficas entre las que sobresale el exconvento de San Gabriel. Allí, entre sus ambarinas fachadas, se me acerca una vendedora indígena nada más volver al patio tras visitar el lugar. “Si entras por esta puerta, todos tus pecados serán perdonados”, me dice risueña mientras señala una inscripción latina en el dintel, “pero tú has salido, no entrado”. Ríe con ganas. A lo lejos suena una voz: “tamales, tamales calentitos (pausa). A la orden”. México, México lindo y querido. Ayer me la liaron con la maleta, hoy he descubierto que me birlaron cinco pavos con la tarjeta sim comprada en el aeropuerto. Al cabo de un rato, feliz mientras espero el tren de regreso a Puebla y tomo una cerveza porque ya pasó el mediodía, acaricio dos pasaportes a ratos; en otro tecleo estas líneas de felicidad imperturbable; en otro compruebo hasta dónde me ha quemado el delicioso sol de invierno, capaz en esta latitud de fijar a la piel los cordeles budistas que anudan mi muñeca derecha; y siempre, siempre, tarareo esas canciones prendidas de dolor hasta acabar con ese tema reciente de Río Roma y Yuridia porque, al fin y a la postre, yo te prefiero a ti… aunque igual no te lo mereces. ¿Quién sería tan estúpido para arruinarse por no asumir, tras una simple noche fuera de casa o su entrepierna, que aún es pronto para odiar la ruta echando de menos el hogar?

El Autor

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias