Mercerreyas

Jardín o el reparo antioqueño

Miercoles 11 de Marzo de 2020

Jardín o el reparo antioqueño


Allá quedaba Hispania, más acá Andes, y al final del camino asomaba un anhelo, largamente macerado, llamado Jardín. Como un juego virtual que depositara estelas de mi alma viajera, esta localidad representaba un vellocino de oro no solo por sus antecedentes geográficos sino por su naturaleza. 


En definitiva, acaso no es para tanto. Lucen cuatro calles bien hermosas, con balcones repletos de petunias, y unos alrededores, lo mejor, donde las heliconias, los bananos y las plantas de café sirven de refugio al escurridizo gallito de roca. Uno me ha sobrevolado, fugaz, ígneo con su plumaje encendido, mientras bajaba desde el área de La Garrucha. Ni tiempo de echarle una foto me ha dejado. Es su naturaleza. Tiene una periferia muy interesante la localidad de Jardín, despampanante y repleta de buganvillas coloridas que se suman al verde infinito y al transparente de sus rápidos. Si sumas las cuatro haciendas que ofrecen sombra y jugos deliciosos a precio regalado (inolvidables tanto el de mora de Castilla –frambuesa- como el de lulo –caqui para nosotros-), te queda un paseo niquelado de media docena de kilómetros en sube y baja llevadero.

 
Y el pueblo, en definitiva, en una simbiosis entre la tradicional arquitectura cafetera de rejas, ventanas, puertas y balcones coloridos con una herencia más sobria, encalada, puramente colonial. No tiene nada que ver con Marsella o Salamina, menos aún con Salento o Filandia, pero, en su estilo, es tan suntuosa como aquéllas. Su basílica de estilo neogótico, mención aparte, es deslumbrante. Conjugando el gris del ladrillo labrado en piedra volcánica, basáltica, con el añil del artesonado de madera. Maravilloso.

 
Te tiras en una terraza de la plaza, astro sobre el que gira la comunidad, pides una cerveza y te dejas llevar. Las sillas aquí muestran respaldos de cuero pintado por el anverso, todavía manteniendo el pelaje en el reverso. Sombreros jipijapa de Aguadas, productos de cuero de Jericó, sillas de Jardín. Artesanía de la región para ilustrar un pueblo que, por encima de todo, me ha regalado mucha paz. Y supongo que eso, olvidar un tanto la videocámara y las teclas, era lo que necesitaba hoy. Aparte de dormir, claro. Dos días de madrugar a las cinco de la mañana, con la batalla acumulada, me tenían catatónico.

 
Mañana parto. Sin madrugar. No tenía ni la más mínima idea de a dónde ir, pero por mis huevos que ningún bus me servía antes de las ocho de la mañana. Línea roja tras veintiséis trincheras. A partir de ahí ya podía armar nuevos castillos de arena. Pregunto aquí, otro poco allá (bendición de idioma compartido). Calculo. No me sobra presupuesto, pero tampoco me falta ilusión. Qué dilema. A las ocho y media tomo el bus rumbo a Medellín, pero me bajo en Bolombolo, a una hora y media de distancia desde este Jardín. Allí, supongo, volveré a sacar una moneda y tirarla al aire para que marque mi destino. O Jericó o Santa Fe de Antioquia desde Bolombolo, idéntico tiempo de ruta si sudeste o noroeste, porque de canto no va a caer. En todo caso sé, casi con certeza plena, que para el mediodía estaré en el que toque.



El Autor

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias